La actual pandemia de la COVID-19, ocasionada por el virus SARS-CoV-2, ha generado avalanchas de información que pueden ocasionar confusión, ansiedad y pánico. De hecho, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud, describen la infodemia como “una cantidad excesiva de información que impide a las personas encontrar fuentes confiables e información fidedigna cuando la necesitan”.
Entonces ¿qué se sabe y qué no, hasta ahora, del SARS-CoV-2, sin generar histeria?
El SARS-CoV-2 es un coronavirus. Según el Comité Internacional de Taxonomía de Virus (ICTV) existen 39 especies de coronavirus. Estos pueden infectar a aves, mamíferos y seres humanos. Sin embargo, son sólo 7 cepas las que causan enfermedades respiratorias en las personas.
Según el artículo “Los virus y su evolución”, publicado por el Colegio Médico de Filadelfia (EEUU), todos los virus necesitan de un huésped para vivir. “El trabajo del patógeno es evadir al sistema inmunológico, crear más copias de sí mismo y propagarse a otros huéspedes. Las características o adaptaciones que ayudan a un virus a realizar su trabajo tienden a mantenerse de una generación a otra”. ¿Cómo evoluciona entonces el SARS-COV-2?
Los coronavirus están conformados por Ácido Ribonucleico o ARN, que es un tipo de molécula que contiene su información genética. Pero a diferencia del ADN, el ARN es una molécula inestable y es más común que se presenten “errores” al crear copias del virus. Esto hace que el virus sea más propicio a mutar, o cambiar, y aunque la mayoría de estas mutaciones deriven en errores descartables, sí es posible también que haya variaciones “ganadoras” mejor adaptadas al medio.
Todos los virus presentan mutaciones. Una acumulación sostenida de estas, da origen a nuevas variantes, que no necesariamente representan mayor virulencia (que es la capacidad del patógeno de causar daño al huésped). En el caso del SARS COV 2, se han identificado distintas variantes: la sudafricana, la inglesa, la californiana y la india, entre las principales.
En el artículo “Guía para entender las variantes y los mutantes del SARS-CoV-2”, del catedrático español Ignacio López Goñi, explica que “lo que interesa es estudiar qué mutaciones van apareciendo en el genoma de SARS-CoV-2 a lo largo del tiempo y qué efecto pueden tener. Las variantes acumulan varias de ellas (mutaciones). El término cepa se reserva a variantes con cambios importantes (antigenicidad, transmisibilidad, virulencia) y de momento no se utiliza con el coronavirus”. En conclusión, aún no existen nuevas cepas del SARS COV 2, y no hay evidencia de que las variantes sea más o menos letales, pero sí más contagiosas.
Pero no todo es tan grave. Todas las mutaciones de los virus, y su contagio en los seres humanos son también mecanismos naturales de intercambio de información genética. Al ingresar un virus en el organismo humano, el sistema inmunológico también aprende a reconocer esta información y crea los anticuerpos para combatirla. O sea, que nuestro sistema inmunológico se ha actualizado, y somos, por ende, más aptos para sobrevivir al entorno.
Un estudio realizado por la Universidad de Stanford, y publicado en 2016, reveló que el 30% de las adaptaciones proteínicas sucedidas en los seres humanos, desde que estos se separaron de los primates, han sido fomentadas por los virus. Y es que, en todas las pandemias, la población afectada, se adapta o perece.
Y aunque la pandemia de la COVID-19 ya haya provocado a nivel mundial más de 3 millones de muertes, su índice de letalidad es muy bajo, oscilando entre el 0 y el 1.63%; a diferencia de otros virus como ébola, cuya tasa de letalidad puede alcanzar hasta el 90%, y para el cual no existe aún una vacuna comprobada. El de qué depende que haya o no vacunas para X ó Y enfermedades es tema para otro artículo.