Pueblo nicaragüense celebra 46 años de libertad tras la huida del dictador Somoza
Pueblo nicaragüense celebra 46 años de libertad tras la huida del dictador Somoza

Un 17 de julio de 1979, Nicaragua estalló en júbilo: ¡El dictador huyó! Tras más de 40 años de opresión, tortura y saqueo bajo la dinastía somocista, el país entero celebró la huida de Anastasio Somoza Debayle como el fin de una pesadilla. Las calles se llenaron de alegría, lágrimas y cantos: era el grito ahogado de generaciones que, por fin, veían caer la dictadura.

No era una renuncia, era un derrumbe. No solo se marchaba un hombre, se derribaba una dinastía, con un apellido que se había impuesto a sangre y fuego, cuando bajo la sombra de Washington y la complicidad de las bayonetas, se sembró una dictadura de más de cuatro décadas.

El dictador que heredó el trono manchado de su padre, Anastasio Somoza Debayle, partía como entró: envuelto en impunidad. “Despegó desde Montelimar en su avión privado rumbo a Miami, junto a su círculo más estrecho”, narraban las emisoras tras la confirmación de la noticia.

Pero su amo, Estados Unidos, al mando de Jimmy Carter le negó el asilo, Somoza acabó recibiendo abrigo de otra dictadura: la de Stroessner en Paraguay. Atrás quedaban los escombros de un país saqueado, mutilado, herido… pero vivo y valiente.

La huida del dictador trajo un nuevo amanecer
La huida del dictador trajo un nuevo amanecer

El amanecer tenía otro color, otro aire. Era como si el Sol, por primera vez en décadas, se atreviera a salir sin miedo.

La historia no fue tan sencilla, la dictadura se había gestado desde una traición, la del 21 de febrero de 1934, la noche en que el brillo de esperanza reflejado en Sandino intentó ser apagado a manos de la Guardia Nacional, por orden de Anastasio Somoza García.

El General de Hombres Libres fue emboscado, ejecutado y su cuerpo, enterrado en el anonimato. Con todo el descaro, en un banquete infame, los políticos aplaudieron al asesino, que luego ocuparía la presidencia.

A lo largo de los años, el somocismo se perfeccionó en el arte de la represión, reprimió la palabra, estranguló la justicia, comercializó la patria. La Guardia Nacional, creada para defender el país, atacaba con metrallas las marchas estudiantiles.

Las imágenes del dictador fueron destruidas
Las imágenes del dictador fueron destruidas

La rebeldía de un pueblo valiente

El Frente Sandinista, nacido en la clandestinidad, lanzó su ofensiva final en mayo de 1979, ciudad por ciudad, calle por calle, el pueblo recuperaba lo suyo. Las trincheras se alzaban en Monimbó, en Estelí, en León… y los fusiles ya no eran del opresor, eran del pueblo

Para entonces, Somoza ya empezaba a quedarse solo, sus aliados huían. Con el rostro derrotado, decidió escapar. Fue en la madrugada del 17 de julio que se marchó sin pena ni gloria y el pueblo se despertaba de la horrible pesadilla.

Sin embargo, la alegría trató de ser arrebatada tras el anuncio de que el vicepresidente somocista, Francisco Urcuyo, intentaría asumir como presidente interino, aunque, 43 horas después, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, logró que Urcuyo transfiriera el poder, exiliándose a Guatemala.  

“No lo creíamos, nos avisaron que Somoza se había ido… fue un impacto que nos dio más fuerza para seguir combatiendo”, recordó un combatiente desde León.

Somoza huye y en sus maletas lleva consigo millones de dólares del erario público
Somoza huye y en sus maletas lleva consigo millones de dólares del erario público

Y sí, la noticia corrió más rápido que el eco. En Juigalpa, Masaya, Estelí… la alegría estalló como dinamita. Las madres lloraban de emoción, los hijos abrazaban el aire como si abrazaran a los muertos que habían escrito la historia.

En Managua, la Plaza Central se desbordó, no había espacio para el miedo. Los abrazos de victoria, las lágrimas, los cantos, las consignas y el baile eran el reflejo de un júbilo total, fue así como la gente celebraba el Día de la Alegría.

“Tuve el regocijo y la alegría de pegarle una patada al retrato de Somoza, al igual que muchos compañeros… y le pegamos la patada para siempre a la dictadura más oprobiosa de América Latina”, dijo Antonio Benavides, guerrillero que protagonizó uno de los actos más simbólicos de esa jornada.

Las estatuas del dictador fueron derribadas, las fotos arrancadas. Y el silencio que antes era sinónimo de miedo se llenó de cantos a la patria y consignas a la gloriosa gesta del Frente Sandinista, “Muerte al somocismo”, “¡Patria libre o morir!”, eran algunas de las populares consignas que se escuchaban en todos los rincones y calles. En la noche se respiraba calma, por primera vez en mucho tiempo, Nicaragua durmió sin el zumbido de las balas, sin las botas de la guardia en la puerta. La dictadura se había ido y el pueblo, sufrido por el hambre y la tortura, volvía a tomar el rumbo de su destino.

Combatientes sandinistas en el Búnker de Somoza en la Loma de Tiscapa, tras la huida del tirano
Combatientes sandinistas en el Búnker de Somoza en la Loma de Tiscapa, tras la huida del tirano

Hoy, aún duele recordar aquella represión, pero con la alegría de un pueblo que logró la victoria, porque ese 17 de julio no fue sólo el fin de un régimen: fue el renacer de una nación que aprendió a alzar la voz.

Nicaragua, tras 43 años de oscuridad, volvió a ver la luz, gracias a la unidad inquebrantable de su pueblo, liderado por el Comandante Daniel Ortega, conquistando con coraje su libertad y soberanía, convirtiéndose en un ejemplo de lucha y dignidad en América Latina y el mundo.