Nicaragua ha sido blanco de las agresiones estadounidenses desde la década de 1850. El ataque de la administración Biden al gobierno recién electo es el último capítulo de una larga y sórdida historia. Los relatos de testigos presenciales del proceso electoral, revelan las manipulaciones y mentiras inventadas por Estados Unidos y sus socios de medios corporativos en este último intento de cambio de régimen.
Estados Unidos ha llevado a cabo continuamente actos de agresión contra Nicaragua y su pueblo durante más de 150 años. Las acciones de Joseph Biden por socavar la soberanía de ese país son parte de una larga historia de invasiones, golpes de estado y apoyo a los títeres estadounidenses.
La administración Biden declaró fraudulentas las recientes elecciones incluso antes de que se llevaran a cabo. Los medios corporativos repitieron mentiras sobre una «dictadura autoritaria» que provenía directamente del guión del Departamento de Estado. El congreso de Estados Unidos votó abrumadoramente para aprobar la Ley RENACER, un complot de cambio de régimen que establece la imposición de sanciones destinadas a crear miseria para los nicaragüenses. Las sanciones son guerra por otros medios, la versión moderna de enviar a los marines.
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Estados Unidos ha hecho precisamente eso, ocupando el país desde 1912 hasta 1933. Pero esa no fue la primera vez que se enviaron fuerzas estadounidenses para socavar a los gobiernos de Nicaragua. En 1856, un estadounidense llamado William Walker invadió el país con un ejército mercenario y se declaró presidente. Walker fue apoyado por la esclavocracia estadounidense y buscó crear nuevas naciones esclavistas en la región. Durante su año de reinado, derogó la ley de abolición de la esclavitud de Nicaragua y fue reconocido como presidente por la administración de Franklin Pierce.
El siguiente brote de agresiones estadounidenses comenzó con la ocupación de los marines estadounidenses en 1912 que duró hasta 1933. Augusto C. Sandino libró una guerra de guerrillas contra la ocupación antes de ser asesinado bajo las órdenes de Anastasio Somoza. La familia Somoza gobernó hasta 1979 y siempre con el respaldo de Estados Unidos.
“Ocupando el país desde 1912 hasta 1933.
Pero esa no fue la primera vez que se enviaron fuerzas estadounidenses para socavar a los gobiernos de Nicaragua”
El movimiento sandinista (que tomó su nombre en honor a Sandino), emergió triunfante en 1979 contra el régimen de Somoza y rápidamente fue atacado por la administración de Ronald Reagan. Los grupos de oposición conocidos como “contras” recibieron millones de dólares y fueron asistidos en la recaudación de fondos mediante la venta de cocaína en Estados Unidos. La epidemia de cocaína “crack” comenzó como parte de un plan imperialista estadounidense. La guerra que se libró en Nicaragua también se llevó a cabo contra las comunidades de color en este país.
El presidente Daniel Ortega fue reelecto el 7 de noviembre de 2021 y Washington volvió a declarar la guerra a su nación. La Ley RENACER fue aprobada en la Cámara de Representantes con 387 votos a favor contra 35, una mayoría indicativa del apoyo bipartidista a la guerra por otros medios.
El gobierno de Biden actuó rápidamente al denunciar las elecciones antes de que se llevaran a cabo, y repitió sus afirmaciones de una “elección pantomima” el día en que los nicaragüenses acudieron a las urnas y posteriormente orquestaron el rechazo de la Organización de Estados Americanos (OEA) a la decisión electoral del pueblo nicaragüense.
Como miembro de la delegación a Nicaragua de la Alianza Negra por la Paz (BAP), fui testigo de la determinación de los nicaragüenses de elegir su propio gobierno sin injerencias. Más de 200 representantes de 27 naciones fueron designados como acompañantes del proceso electoral.
La delegación del BAP viajó a la ciudad de Bluefields, en la Costa Caribe, donde residen garífunas y creoles de ascendencia africana con mestizos y comunidades indígenas miskitu, rama y ulwas. Los votantes de todos estos grupos acudieron a los bien organizados Centros de Votación, donde todos los candidatos presidenciales figuraban en la boleta. El proceso fue transparente y ordenado, a diferencia del proceso de votación en los Estados Unidos donde los votantes elegibles pueden ser eliminados de la boleta o verse obligados a esperar horas para emitir su voto.
A pesar de lo que afirmaron la Casa Blanca y los medios corporativos, los partidos de oposición pudieron hacer campaña libremente. Su material propagandístico era muy visible y nadie puede decir con seriedad que el público no conocía la variedad de opciones electorales.
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El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) salió triunfante porque se esfuerza por satisfacer las necesidades populares. Los ciudadanos afrodescendientes de la Costa Caribe estaban reconocidos en el Programa del FSLN como un grupo con necesidades distintas. Antes de 1979, la Costa Caribe era una región excluida y literalmente aislada del resto del país, sin acceso a transporte y sin infraestructura básica como electricidad y agua potable. Los delegados del BAP escucharon el mensaje constante de que el apoyo al FSLN es el resultado de mejoras concretas en la vida de las personas. A pesar de la determinación de Estados Unidos de socavarlos, el FSLN ahora brinda atención médica gratuita y mayores oportunidades educativas en todo el país.
La Doctrina Monroe del siglo XIX está viva y coleando en el siglo XXI. Quien esté en el poder en Washington considera que otras naciones de este hemisferio son su «patio trasero». La población de Nicaragua de 6.5 millones es menor que la de la ciudad de Nueva York. Sin embargo, a esas pocas personas no se les permite ejercer su derecho a la autodeterminación sin provocar la ira del Tío Sam. Los nicaragüenses no son los primeros en sentir la venganza imperialista. La pequeña Grenada fue minada e invadida cuando trató de determinar la democracia por sí misma. Venezuela también está bajo el martillo de sanciones y Haití no puede hacer nada que Washington no apruebe.
Los medios corporativos pueden estar bajo los dictados del estado, pero la gente no tiene ninguna razón para seguir sus directrices. La presencia de delegaciones acompañantes en Nicaragua fue un paso importante para revelar cómo se pone en práctica el libreto de guerra híbrida.
Los nicaragüenses conocen bien su historia. Las mentiras del gobierno estadounidense están destinadas a una audiencia diferente. Busca engañar a su propio pueblo y con ello, obtener apoyo para cualquier forma de agresión que practica. El plan es consistente y comienza con los medios que amplifican las narrativas para lograr el apoyo a favor de la interferencia. Crear falsedades sobre los abusos de los derechos humanos es un ardid confiable para mantener a los estadounidenses complacientes con las actividades de su gobierno.
La colusión entre el gobierno y los medios explica por qué los “troles” están activos en las redes sociales, atacando a cualquiera que cuestione lo que dice Washington. Facebook continuó su trabajo en nombre del gobierno de Estados Unidos al eliminar cuentas que expresan cualquier apoyo a la soberanía de Nicaragua. El matrimonio de las grandes empresas de tecnología y el Partido Demócrata se demostró una vez más, comprobando que las afirmaciones de libertad y democracia en la política estadounidense son de hecho una elaborada «pantomima».
Puede parecer extraño que una nación pequeña sea el centro de tanta insistencia en destruir su independencia. Pero no es difícil entender que Nicaragua amenaza a Estados Unidos si se le permite determinar su propio destino. En Estados Unidos las personas que piensan que viven en democracia, en realidad no lo hacen. No tienen acceso a atención médica gratuita y se les dice que no hay esperanzas de tenerla nunca. Por ello, Nicaragua es un ejemplo de lo que la gente en los Estados Unidos podría tener si fueran tan libres como les gusta creer que son.
El impulso de subyugar es tan antiguo como la república, con Estados Unidos actuando como un hegemón en todo el mundo, creando conflicto y gran sufrimiento. El malvado compromiso de destruir la democracia nicaragüense no es inesperado, pero hay que oponerse a ello vehemente y enérgicamente. Hacerlo es una prueba de fuego que determina quién está realmente a la izquierda y quién no. No puede haber compromiso con la postura antiimperialista. Los derechos humanos de las personas en todo el mundo deben ser respetados y cualquier acción del gobierno de Estados Unidos para violarlos debe enfrentarse con una equivalente y firme determinación.