En plena noche del miércoles 30 de agosto, poco después del anuncio de la victoria electoral del presidente en ejercicio, Ali Bongo Ondimba (en el cargo desde 2009 y, por tanto, en su tercer mandato, descendiente de la familia que gobierna el país desde hace más de medio siglo), fue depuesto y detenido por un grupo de miembros de las fuerzas armadas. El grupo insurgente está formado por miembros de la Guardia Republicana, la élite protectora presidencial, junto con soldados del ejército regular y agentes de policía. El hecho de que el mando de la Guardia Republicana, hasta entonces leal a Bongo, diera un vuelco a la situación fue bastante inesperado. Pero lo ocurrido puede explicarse a la luz de una situación socioeconómica que sigue deteriorándose, una corrupción rampante y la exasperación popular.
En un mensaje televisado, leído en el canal estatal de televisión Gabón 24, los insurgentes anunciaron la anulación de los resultados electorales, la suspensión del Parlamento y el cierre indefinido de las fronteras nacionales con Congo, Guinea Ecuatorial y Camerún. El jefe del Estado provisional fue nombrado en la persona del general Nguema, jefe de la Guardia Republicana. Los militares, que han anunciado su intención de «defender la paz», denuncian una gestión del Estado que califican de «irresponsable e imprevisible», con consecuencias directas sobre la cohesión social del país, y temen que el continuo deterioro de las condiciones internas pueda sumir a Gabón en el caos. En consecuencia, han decidido tomar medidas para «poner fin al régimen actual», al tiempo que hacen un llamamiento a la población para que mantenga la calma.
Gabón, nación de poco más de dos millones de habitantes, es uno de los mayores productores de petróleo de África, miembro de la OPEP, con un subsuelo rico en carbón. Es rico en uranio, madera, cacao y manganeso. Las riquezas naturales y los nuevos impuestos a la industria extractiva hacen de Gabón un país con una riqueza considerable. Los ingresos del petróleo representan el 46% del presupuesto del Estado, el 43% del PIB y el 81% de las exportaciones. Por tanto, se encuentra entre los países más ricos de África en términos de PIB, pero más de un tercio de sus aproximadamente dos millones y medio de habitantes viven en la pobreza. El paro roza el 30% de la población activa.
Desde un punto de vista formal, Gabón es independiente de Francia desde 1960, pero la independencia es más una cuestión de forma que de fondo, ya que París ha continuado impertérrito y con el consentimiento de la familia presidencial de Ali Bongo en su injerencia en los asuntos internos para proteger sus intereses, que son defendidos por una base militar, con unos 400 soldados estacionados en la capital del país, Libreville. Amor con amor se paga y en Francia hay 28 propiedades de lujo (21 en París y 7 en la Costa Azul, por un valor mínimo de 85 millones de euros) adquiridas por la familia Bongo, que la justicia francesa investiga por lavado de dinero y corrupción. La sublevación de los militares, que parecen gozar de la simpatía de la población, engañada por el fraude electoral, es por tanto un nuevo golpe a los intereses económicos franceses en las antiguas colonias africanas, especialmente en lo que se refiere a la extracción de petróleo.
Junto con el francés, también se está produciendo otro fracaso: el de la comunidad económica de África Occidental, la Cedeao. Bajo el liderazgo de la nación más importante del continente, Nigeria, la Cedeao ya había prometido/ amenazado con una intervención militar multinacional para restaurar un gobierno civil legítimo en Níger. Luego se asustó por la reacción de Malí y Burkina Faso, dispuestos a intervenir militarmente en apoyo de Níger (que acaba de votar en el Parlamento la autorización de la entrada de tropas de los dos países amigos), y también porque dentro de la propia Nigeria ha crecido la resistencia al papel de mayordomo colonial de los franceses. A estas alturas, sólo Bruselas asigna a la Cedeao algún valor, no porque reconozca su capacidad de influencia, sino con la esperanza de que, en caso necesario, pueda proporcionarle el marco jurídico para una posible intervención militar destinada a restablecer el orden europeo.
El nuevo Gabón supone un nuevo golpe a la influencia política y económica de Francia en el continente, que ya ha visto cómo otros siete países francófonos cambiaban de régimen tras levantamientos de carácter independentista y anticolonial. El propio Gabón ha sido durante mucho tiempo uno de los países más representativos de la llamada Françafrique, esa mezcla neocolonial de política y negocios de la que Francia, antigua potencia dominante en gran parte de África, se ha beneficiado durante décadas. Precisamente en Gabón, el 2 de marzo, el presidente Macron proclamó durante un discurso en la capital Libreville que «la era de la Françafrique ha terminado».
Tal vez pensaba simplemente en una actividad de modernización política, en la insostenibilidad conceptual de una presencia que se había hecho visiblemente insoportable todo el tiempo, en una salida negociada por la puerta de atrás de África, en una forma de reducir la influencia política conservando al mismo tiempo un negocio lucrativo. Pero la chispa de la rebelión africana parece tener una energía contaminante. Los procesos independentistas que han dado lugar a nuevos gobiernos en Guinea, Burkina Faso, Malí y Níger (que han expulsado a los contingentes militares franceses presentes en sus respectivos países) parecen representar la lápida del neocolonialismo francés, apoyado por la Unión Europea y remotamente apoyado por EEUU, que, consciente de la derrota somalí, recela de implicarse directamente en África y trata de labrarse su propio espacio a espaldas de los europeos.
Para la exhaustividad del análisis, cabe destacar la opinión de algunos observadores que ven la dirección estadounidense detrás del derrocamiento de Ali Bongo. Aunque el levantamiento tiene todas las características de un proceso autóctono, en aplicación de la voluntad popular de acabar con el régimen de Ali Bongo, no se puede descartar un apoyo indirecto de Estados Unidos a los insurgentes, con la intención de preparar el terreno para apoderarse de las ricas exportaciones del país, arrebatándoselas a las tres grandes industrias extractivas francesas. Al fin y al cabo, Occidente no tiene amigos, sino intereses. La voluntad política estadounidense es decisiva a la hora de dictar los movimientos europeos y la imposibilidad militar y para Washington la insostenibilidad política de una guerra de agresión en África, justo cuando se habla de invasión rusa para sustentar al gobierno nazi en Ucrania y a la víspera de una campaña electoral, no es un elemento menor en la valoración que hacen las juntas militares del Sahel del riesgo de una intervención militar occidental.
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Así pues, la pelota parece seguir en el tejado europeo, con el payaso Borrell anunciando el habitual paquete de sanciones, tan histéricas como inútiles, calificando la caída del régimen de Gabón de «gran problema para Europa». ¿Por qué lo sería? Porque la cadena de países que se deshacen de la asfixiante hipoteca de París invierte zonas estratégicas para Europa, tanto como yacimientos de recursos energéticos y minerales como orígenes de flujos migratorios. Luego está la fobia a la geopolítica para completar las ansiedades de Bruselas, que ve penetraciones de China, Rusia o incluso otros actores como Arabia Saudí y Turquía en lo que considera su «zona de influencia».
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Pero si en Bruselas albergan mojigaterías neocoloniales de finales del siglo XX, si se cree que África sigue siendo territorio de Europa y se prefiere interpretar solo como un risiko geopolítico lo que es claramente un proceso de liberación regional que podría evolucionar hacia uno continental, significa que no se sabe nada de geografía, poco de historia y aún menos de política.