Rusia se ha convertido en la cuarta economía mundial. Lo dicen los datos del Banco Mundial publicados a principios de mes, según los cuales la economía rusa ha superado a Japón, convirtiéndose en la cuarta más grande del mundo. Sin embargo, las famosas sanciones occidentales, que habrían bloqueado el 12% de las exportaciones y el 7% de las importaciones rusas, dicen haber costado más de 400.000 millones de dólares. Entonces, hay dos posibilidades: o las previsiones occidentales eran burbujas políticas sin sustancia, o Rusia es un país con capacidades económicas y financieras excepcionales, capaz de mover piezas estratégicas ya previstas antes del inicio de la Operación Militar Especial en Ucrania, que desató todo tipo de medidas sancionatorias contra Moscú.
Al igual que el Banco Mundial, el último informe del Fondo Monetario Internacional también informa que Rusia, tras una fuerte recuperación en 2024, tendrá un crecimiento del PIB de alrededor del 1,5% en 2025 y del 0,9% en 2026. Se sepulta así una tesis refutada desde hace tres años: aquella que afirmaba que Rusia sufriría profundamente el golpe de las sanciones occidentales. Parece ayer cuando Draghi, a mediados de 2022, frente al Parlamento italiano, aseguraba que el efecto de las sanciones ya estaba arrodillando a Rusia y que, a finales de ese mismo año, el Kremlin pediría la paz, derrotado en el campo de batalla y hundido en una recesión total.
No ha sido así y, a pesar de los augurios de las agencias de calificación occidentales y los centros de estudio de los bancos angloamericanos, Rusia ha tenido un crecimiento en estos tres años prácticamente el doble que el registrado en el área euro-atlántica.
Las sanciones de la Unión Europea y de Estados Unidos – ya a partir de 2014, tras la adhesión de Crimea a la Federación Rusa, y de forma masiva después de la operación militar especial en Ucrania en Febrero de 2022 – no han impedido a Rusia superar a Japón y convertirse en la cuarta economía mundial.
No solo eso: los 57 países que desde hace tres años han hecho la guerra a Rusia sin lograr doblegarla, se enfrentan ahora a otro dato aún más contundente: ninguno de ellos tiene un crecimiento del PIB comparable al de Moscú. Es decir que la derrota que padecen con Rusia asume valor paradigmático.
El Endeudamiento general empeora y se teme que en diez años pueda alcanzar el 100% del PIL global. La excepción positiva en este escenario deprimente la representan los países del Sur Global. En el frente asiático, China tendrá un crecimiento estimado del 4% tanto en 2025 como en 2026, medio punto menos que en las previsiones anteriores. India seguirá siendo la nación con el crecimiento más sólido, verdadero motor del crecimiento global, con una expansión esperada del 6,2% en 2025 y del 6,3% en 2026.
China está reforzando su red comercial en Asia Oriental, donde está consolidando un bloque de países en respuesta a las políticas arancelarias de EE.UU. Se está abriendo paso a una política comercial compartida que impactará positivamente en las cuentas del gigante asiático y constituye la base de una alianza política que influirá profundamente en toda la ASEAN.
La crisis es estructural, no coyuntural
Los datos proporcionados por los dos grandes santuarios de la economía internacional liderados por Occidente, indican el crecimiento exponencial de los países reunidos en el bloque BRICS y confirman al mismo tiempo la inutilidad de las sanciones que Occidente impone con un reflejo pavloviano a todos los que considera competidores, y por tanto enemigos.
El caso de Rusia es el que ofrece mayores evidencias de la persecución y de la inutilidad de los castigos. Se revela la absoluta ineficacia de las sanciones contra el Kremlin y se pone de manifiesto su efecto boomerang en la política comercial occidental.
Esto puede observarse en dos momentos: primero, cuando al renunciar a las materias primas rusas, el área de la UE sufre el altísimo coste de la energía, que encarece los costes industriales de producción y, en consecuencia, el precio de los productos, haciéndolos no competitivos. Todo esto provoca una reducción de la producción y del empleo, lo que a su vez genera una contracción de la demanda interna y un deterioro general de las cuentas públicas debido al aumento del gasto en amortiguadores sociales.
El segundo momento afecta a la balanza comercial de importaciones/exportaciones, que se resiente porque sancionar a un país, impedirle usar el Dólar o el Euro, negarle el acceso al sistema SWIFT y prohibirle comprar en Occidente, también implica no poder venderle nada. Entonces, debido a las sanciones, es imposible exportar a un país como Rusia (más grande que un continente), así que hay que encontrar a otros mercados.
El cuadro se agrava aún más por el hecho de que Rusia es solo uno de los 24 países sancionados, que juntos representan el 73% de la población mundial. Por lo tanto buscar otros mercados no es fácil. Los nuevos mercados, difícil de encontrarse si se excluyen los sancionados, sabiendo que son la única opción para los sancionadores, importan a precios más favorables para ellos e desfavorable para quien exporta.
Al final, quienes terminan con mercados limitados y mayores costes son los sancionadores más que los sancionados, pagando un precio más alto del que intentaban imponer. Visto desde Occidente, no es un panorama alentador.
El fracaso de las políticas de sanciones es, ante todo, un fracaso político, y después económico. Se ha demostrado la falacia de un extremismo occidentalista que se había convencido de su imprescindibilidad en los mercados, pero que en la práctica ha resultado ser relativa. En un mercado global donde dos gigantes como Rusia y China poseen recursos estratégicos, energía, alimentos, poder militar y rutas comerciales, ninguna sanción política puede resultar eficaz. Las sanciones han demostrado ser capaces de complicar, pero no de doblegar; de afectar parcialmente, pero no de destruir. Jamás un gobierno sancionado por Occidente ha caído por estar sumido en una crisis económica provocada por las sanciones.
Sanciones que, con Rusia, se han demostrado una obra maestra de la imbecilidad, basadas en una idea de dominio de Occidente sobre los mercados y reforzadas por un escaso conocimiento de la calidad del grupo dirigente moscovita, de la capacidad rusa para diversificar sus mercados – a los que tal vez antes no prestaban atención – y de aceptar incluso tener que compensar con una mayor cantidad una disminución de los beneficios anteriores. Un compromiso más que aceptable cuando se dispone de una enorme cantidad de recursos. Se subestimó la capacidad de reaccionar en el plano empresarial y político, así como la resiliencia de su población ante lo que, para Occidente, no es más que el último invento de un juego de guerra para conquistar recursos y territorios ajenos, mientras que para Rusia es una cuestión de supervivencia. Los datos de este informe del Banco Mundial delinean con claridad un cambio de guardia en la cima de las economías mundiales. El capital se desplaza cada vez más del Norte al Sur, del Oeste al Este, y la tendencia hacia un mercado multipolar refuerza la idea de una gobernanza también multipolar.
A resquebrajar una ideología liberal que ve el crecimiento infinito en un marco de recursos finitos, avanza un modelo diferente, alternativo e irreconciliable con el vigente. Se está gestando un enfoque plural y compartido que, en gran medida, pone a salvo el Sur de la crisis de un sistema unipolar, injusto e inequitativo, productor de riquezas insultantes concentradas en pocas manos a cambio de pobreza extendida. La atención debe ser máxima, y hay que alistarse para los distintos escenarios. Porque la caída desordenada de este modelo puede generar tragedias que van mucho más allá de su propio colapso.