El G7, que fue originalmente una ocasión para que los dirigentes occidentales pudieran ‎reunirse para tratar de entender sus puntos de vistas respectivos, se ha convertido en un ‎rejuego comunicacional. Lejos de exponer a puertas cerradas lo que piensan, los ‎invitados se han convertido en actores de un show mediático donde cada uno de ellos ‎trata de construirse la mejor imagen. Lo peor ha sido esta vez la sorpresa que el ‎presidente francés Emmanuel Macron preparó para los periodistas y contra su invitado ‎estadounidense. ‎

¿El G7? Un simple club, no una organización capaz de tomar decisiones

En el momento de su creación, en 1976, por el entonces presidente de Francia Valéry Giscard ‎d’Estaing y el canciller de la Alemania Federal Helmut Schmidt, el G6 era un grupo de ‎discusión informal. El presidente francés y el canciller alemán querían conversar informalmente ‎con sus pares para saber qué pensaban en aquel contexto, caracterizado por la crisis del dólar que ‎siguió el final de la guerra contra Vietnam. ‎

El objetivo del encuentro no era tomar decisiones sino reflexionar sobre el futuro de la economía ‎occidental. Los invitados ya se habían reunido poco antes, a instancias del Departamento del ‎Tesoro de Estados Unidos, por la misma razón. Pero en el G6 no estaban los ministros de Finanza ‎sino sólo los jefes de Estado y/o de gobierno y se había agregado la participación de Italia. Al año ‎siguiente, se invitó también a Canadá. ‎

Con la disolución de la Unión Soviética y el fin de la división del mundo en dos bandos, el G7 ‎abordó temas políticos y posteriormente asoció a Rusia a sus discusiones informales. Pero cuando ‎Moscú levantó cabeza, se opuso a la OTAN en Siria y rechazó el golpe de Estado en Ucrania, ‎los occidentales decidieron reunirse sólo entre ellos, episodio que cerró la puerta a cualquier ‎posibilidad de participación de China. ‎

Los últimos encuentros del G7 han producido muchas Declaraciones y Comunicados. Pero esa ‎‎“literatura” no incluye ninguna decisión, sólo ha elaborado un discurso común, particularmente ‎enrevesado en la medida en que la política interna de Estados Unidos vivía bajo el reinado de lo ‎‎«políticamente correcto». Como siempre sucede cuando no se tiene conciencia de la existencia ‎de contrapoderes, fue creciendo la separación entre ese discurso y la realidad. ‎

En 2005, cuando el encuentro se realizó en Reino Unido, pareció que habría un cambio. El primer ‎ministro británico Tony Blair sorprendió a todos al afirmar que el G8 que él presidía iba a anular la ‎deuda de los 18 países más pobres de África. Pero todo quedó en el anuncio. El G8 nunca tomó ‎tal decisión. Posteriormente, 14 países aceptaron duras condiciones exigidas por Gran Bretaña… y ‎acabaron arrepintiéndose de haber aceptado. Otros 4 países se negaron a caer en la trampa. ‎Aquella farsa del G8 realizado en Reino Unido creó la engañosa impresión de que el G7-G8 era una ‎especie de gobierno mundial. ‎

La realidad es muy diferente. Para el G7 es fundamental no tomar decisiones: hacerlo sería ‎constituir una especie de cártel en el seno de la Asamblea General de la ONU y violar el principio ‎de igualdad entre los Estados miembros, independientemente de su poderío. De hecho, ya existe ‎un privilegio, reconocido a los principales vencedores de la Segunda Guerra Mundial, que ‎ostentan la categoría de miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con derecho de veto. ‎Ese privilegio viene de una forma de realismo: ninguna mayoría de Estados puede imponer ‎su voluntad a esas grandes potencias. ‎

La cumbre de 2019

En todo caso, la importancia de esta reunión informal está dada por el poderío que han ‎acumulado sus participantes. Es importante observar que el G7 reúne en realidad a ‎‎9 personalidades: los jefes de Estado y/o de gobierno de 7 potencias más el presidente de la ‎Comisión Europea y el del Consejo Europeo, que participan como invitados. Este año, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no viajó a Biarritz por razones de salud. ‎Hay que observar también que, desde 2015, el jefe de Estado y/o de gobierno que preside el ‎encuentro invita personalidades exteriores al grupo. Este año, el presidente francés invitó ‎‎8 personalidades, 3 de las cuales ya habían sido invitadas el año pasado: 2 provenientes del grupo ‎de países conocido como BRICS (la India y Sudáfrica) y Australia (invitada, como Canadá, por ser ‎un «dominio británico»), que en algunos años podría convertirse en miembro pleno de la OTAN ‎‎ [1] y constituir una fuerza antichina junto a Japón. Los demás ‎son “clientes” (Egipto, Burkina Faso, Chile, Ruanda y Senegal). La participación de esos invitados ‎se limita sólo a algunas reuniones. ‎

El presidente francés Macron recordó la posibilidad de reincorporar a Rusia en el club… en 2020, ‎posibilidad que ya había mencionado el presidente estadounidense Donald Trump, quien presidirá ‎ese futuro encuentro. Eso supondría que para ese entonces se haya completado la liberación de ‎todo el territorio sirio y que se haya reconocido la reintegración de Crimea a la Federación Rusa. ‎Por otro lado, para que la participación de Moscú tenga algún sentido, Rusia tendría que ‎empezar a hablar como las potencias occidentales. El ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, ‎ya respondió cortésmente que analizará esa proposición (absurda) cuando le sea formulada. ‎

Después del fiasco del G7 de 2018, donde Canadá fracasó en la elaboración de un discurso común. ‎El presidente francés Emmanuel Macron optó por un discurso más amplio y más general, que ‎todos pueden aceptar porque no amenaza a nadie, y por un tema que tiene que ver con la ‎sociedad… pero sin ser “social”: la «lucha contra las desigualdades entre las mujeres y los ‎hombres». Además, tomó la precaución de anunciar que no habría ningún texto final. ‎

En el plano económico, las consecuencias de la guerra comercial de Estados Unidos contra China ‎son la principal fuente de preocupación de los miembros del G7. Para que no pudiesen ponerlo en la misma posición de acusado que el año pasado, el presidente Trump optó por el ataque y denunció la ‎decisión francesa de gravar la actividad de las transnacionales de internet designadas como GAFA ‎‎(Google, Apple, Facebook y Amazon), precisamente el punto débil de su interlocutor. ‎Francia arremete contra los GAFA en el plano fiscal, pero no hace absolutamente nada para ‎resolver los dos problemas fundamentales que plantea la actividad de esas transnacionales ‎estadounidenses: la posición monopólica que han alcanzado y las violaciones que cometen contra ‎las libertades individuales. Se supone que eso sería tema de discusión, al margen del G7 ‎de Biarritz, entre los ministros de Finanza de Francia y Estados Unidos. ‎

Una obra de teatro montada por Emmanuel Macron

El presidente francés y su ex profesora de teatro, su esposa Brigitte Trogneux-Macron, habían ‎montado este G7 como una verdadera obra de teatro. Nadie puede negar la calidad de la puesta ‎en escena ni de las teatrales sorpresas que han marcado la reunión de Biarritz. ‎

El presidente Macron protagonizó, justo antes de la cumbre, una breve intervención televisiva ‎‎ [2] en la cual anunció varias iniciativas espectaculares y ‎se comprometió a presentar un balance durante la noche del 26 de agosto. ‎

Durante los días anteriores al inicio de la cumbre, los medios de difusión europeos divulgaron ‎masivamente una campaña tendenciosa según la cual la selva amazónica ardía por los ‎cuatro costados debido a una serie de incendios forestales que pueden llegar a destruirla, lo cual privaría al planeta de oxígeno y ‎dispararía el cambio climático. ‎

En realidad, lo que está quemándose no es la jungla sino zonas previamente deforestadas [3] que los agricultores “limpian” mediante el fuego. ‎Además, sólo una pequeña parte del oxígeno de la atmósfera proviene de la región amazónica. ‎El hecho es que ciertos miembros del G7 pretenden poner en tela de juicio la autoridad de la ‎OTCA (Organización del Tratado de Cooperación Amazónica) con vistas a explotar las fabulosas ‎riquezas minerales de esa región así como sus valiosos recursos de utilidad para las ‎transnacionales farmacéuticas y sus maderas preciosas. De hecho, el propio Emmanuel Macron ‎ya autorizó la explotación de varias minas de oro en la Guayana Francesa por parte de un ‎consorcio franco-canadiense, sin importarle mucho los efectos que eso tendrá para la selva ‎amazónica y sus habitantes. ‎

Por cierto, independientemente de la opinión que tengamos sobre el presidente brasileño Jair ‎Bolsonaro, hay que reconocer que tiene razón cuando denuncia la naturaleza colonialista de la ‎decisión de discutir la cuestión de la selva amazónica en el G7, sin la presencia de los países ‎sudamericanos cuyos territorios abarcan enormes porciones de la región amazónica. Las mentiras ‎de Emmanuel Macron no dejarán seguramente de tener graves consecuencias. ‎

Otro tema particularmente importante es que el presidente francés dijo haber recibido un ‎‎«mandato» del G7 para negociar con Irán, lo cual era evidentemente imposible no sólo porque ‎el G7 no otorga mandatos sino porque Estados Unidos nunca delega tal prerrogativa a un tercer ‎país. La prensa internacional divulgó estúpidamente la tontería que había proferido el presidente ‎de Francia. Pero un exabrupto del presidente Trump obligó a Macron a reconocer implícitamente ‎su error. Después, invitó al ministro iraní de Exteriores a Biarritz, donde se reunió con él. ‎Imposible hacer algo más espectacular que eso. Pero lo hizo a costa de un insulto público a su ‎invitado estadounidense, Donald Trump, y de poner a sus demás invitados en una situación ‎embarazosa. ‎

Los consejeros del presidente francés afirman que el presidente estadounidense estaba ‎de acuerdo. Pero, ¿de acuerdo con qué? El ministro iraní de Exteriores, Mohammad ‎Javad Zarif, no fue autorizado a entrar en el hotel donde se reunían los miembros del G7. Fue ‎recibido durante 3 horas por su homólogo francés Jean-Yves Le Drian y por el ministro francés de ‎Finanza, Bruno Lemaire, en la alcaldía de Biarritz. Para reunirse con ellos durante 30 minutos, Macron abandonó a sus invitados del G7 y su encuentro con el ministro iraní se desarrolló en presencia de consejeros ‎británicos y alemanes. Esta sorpresa teatral ciertamente no desbloqueará el enfrentamiento ‎entre Estados Unidos e Irán sino que probablemente hará que Washington se encierre aún más ‎en su posición contra Irán… y también contra Francia. Se trata del primer gran error ‎internacional de un Emmanuel Macron cuya tendencia sociópata ya se había manifestado desde ‎mucho antes de ser electo presidente de Francia. Cuando lo calificamos de sociópata ‎nos referimos a su demostrada tendencia a no sentirse sometido a ciertas normas sociales y a su ‎indiferencia generalizada por los derechos de los demás, “cualidades” a las que agrega un ‎comportamiento impulsivo. ‎

Conclusión

El presidente Donald Trump considera el «discurso políticamente correcto» como síntoma del ‎control que la oligarquía globalista ejerce sobre su país. Según el Washington Post, Trump ‎no sentía el menor deseo de ir a perder su tiempo en Biarritz. Es evidente que la llegada ‎a Biarritz de un invitado-sorpresa que no era de su agrado tenía que convertir en cólera lo que ‎inicialmente era más bien hastío.. Los consejeros del presidente Macron aseguran que sus ‎encuentros bilaterales con Trump transcurrieron de maravilla. Los consejeros de Trump dicen ‎exactamente lo contrario. Según Kelly Ann Shaw, consejera de Trump, el presidente de ‎Estados Unidos quiere que la próxima reunión del G7 –a celebrarse en Estados Unidos, en 2020– ‎fije nuevos objetivos. ‎

La Declaración Final de la cumbre de Biarritz [4] es sólo un breve ‎catálogo de puntos de consenso entre los participantes. Todo el mundo podrá comprobar que, ‎a pesar de las muestras de autosatisfacción del presidente francés y de la veneración que ‎cierta prensa muestra por él, esa Declaración Final podía haberse escrito mucho antes de la cumbre… ‎porque no hay progreso en ninguno de los temas que aborda. ‎Nadie le ha torcido el brazo a nadie. ‎

Fuente: voltairenet.org

Autor: Thierry Meyssan