La ofensiva golpista contra Venezuela liderada por Estados Unidos no cesa, y el clamor mediático y político que se levanta al dictado difundido por Washington produce un clima de confrontación gracias al cual se intenta enlodar la victoria política del chavismo.
Sobre el reconocimiento de la legítima victoria de Maduro, ni Nicaragua ni Cuba, luego Bolivia y Honduras y ahora México tienen dudas. Reforzando la legitimidad de las elecciones venezolanas estuvo sobre todo el ALBA que, tras una reunión extraordinaria convocada, para examinar la situación, expresó su total e incondicional solidaridad con Venezuela y su gobierno bajo el ataque imperial.
La resolución del ALBA tiene una importancia que va más allá de su propia dimensión, porque da voz, unida, a un bloque de países que, junto con Venezuela, representan la alternativa modélica en el continente latinoamericano. Que reivindica, en premisa, sustancia y perspectiva, la desvinculación de los países latinoamericanos del Washington Consensus y rechaza decididamente cualquier intento de injerencia en sus asuntos internos por parte de terceros países, ya sean representantes del centro del imperio (EEUU y UE) o de su periferia (Cono Sur o Centroamérica).
El telón de fondo geopolítico en el que se alinean Venezuela y los demás países del ALBA ve asociada una idea de integración y cooperación latinoamericana con el intento político de delinear un continente independiente, compuesto por Estados soberanos, que reconozca el valor político y también material de su recursos y que, sobre la base de ello así como de una historia, cultura e idioma compartidos, pueda crear una dimensión unitaria de gran peso en los equilibrios internacionales.
Que EE.UU. tiene una obsesión con Venezuela es un hecho histórico y prospectivo, todo el mundo lo sabe (y especialmente sus camareros de habla hispana al sur del Río Bravo). Golpes e intentos de asesinato, fomento de la desestabilización, incautación de sus bienes, robo de sus empresas y agresión internacional han constituido la esencia principal de la política estadounidense hacia Caracas. Venezuela es destinataria de 930 sanciones estadounidenses y europeas, que han costado inmensas dificultades en el desarrollo del país, que sin duda ha sufrido las consecuencias de unas decisiones de política económica basadas en la emergencia y no en la planificación.
Del lado estadounidense, hay una lectura rápida y otra estratégica que coinciden en la importancia de Caracas. Desde el Golfo Pérsico, el petróleo llega a las costas estadounidenses tras 44 días de navegación; si partiera del Orinoco, en cambio, los días de navegación serían cuatro.
Teniendo en cuenta el coste de al menos 400.000 euros diarios de la navegación, se puede deducir el alcance de los valores democráticos que animan las protestas estadounidenses. Al fin y al cabo, estar en posesión de la mayor parte mundial de petróleo convencional y no convencional, reservas de agua dulce, tierras raras, oro, biosferas y hierro, representa un cuadro de interés muy fuerte para las multinacionales estadounidenses y para el destino mismo de las proporciones de la riqueza mundial en manos de los dos bloques diferentes.
Luego está la parte estratégica, porque si la ansiedad histórica por apoderarse de los recursos venezolanos fue el motor que puso en marcha los repetidos golpes de Estado y la perpetración ad infinitum de la injerencia estadounidense, hoy la alarma de la Casa Blanca adquiere un valor añadido, ya que Venezuela cuenta con el apoyo no sólo del ALBA, sino también de Rusia, China e Irán, es decir, dos de los fundadores y uno de los próximos participantes de los BRICS, de los que Venezuela ha pasado a formar parte oficialmente.
Considerando que el petróleo ruso es inalcanzable desde Occidente debido a las sanciones, y teniendo en cuenta cómo Arabia Saudí (también en los BRICS) ha dejado de ser un férreo aliado de EEUU, la cuestión del suministro de hidrocarburos se convierte en un asunto muy delicado.
Sobre Venezuela, su legitimidad democrática y la gestión de sus riquezas (el presidente Maduro ha informado de cómo la política económica del país entrará en una nueva lógica, afín a los BRICS que representan al Sur global), se propone otro terreno del ya casi universal enfrentamiento geopolítico entre el unipolarismo imperial y la democracia multipolar para establecer cuáles deben ser las reglas de la gobernanza internacional.
Águilas y buitres
En cuanto a las pretensiones de democracia, habría que apelar al sentido del ridículo cuando no a la memoria histórica. Es bien sabido cómo EEUU fue el inventor del más flagrante y farsesco desprecio por las normas de la democracia y el Derecho Internacional cuando, con un tuit de su vicepresidente de entonces, Mike Pence, decidieron que Juan Guaidò, nunca candidato presidencial, era desde entonces el presidente de Venezuela.
Solo un agregado de siervos silenciosos como la OEA podía reconocer su nombramiento y por eso hoy, ante las acusaciones de elecciones fraudulentas, sería bueno recordar que los países latinoamericanos que reconocieron a Guaidò como presidente, sistemáticamente no reconocen a Maduro como presidente legítimo. Al menos en el desafío a la decencia se aprecia cierta continuidad.
Ni siquiera el pronunciamiento del Tribunal Supremo venezolano ha aplacado la ansiedad golpista, que recorre esa parte de América Latina, que se quita el sombrero ante los destemplados gobiernos del amo.
Los firmantes del no reconocimiento ajeno, por el reconocimiento propio, saben muy bien que el sistema electoral venezolano hace prácticamente imposible el fraude y que la autonomía de sus órganos constitucionalmente independientes es una garantía mayor que la de sus propios e ingratos países.
Primero dijeron que esperarían a que se publicaran las papeletas (como si eso ocurriera en sus respectivos países). Luego dijeron que esperarían al pronunciamiento del Tribunal Supremo para corroborar la credibilidad real del resultado (como si en sus países esto hubiera ocurrido alguna vez) y finalmente, tras el pronunciamiento de todos los órganos constitucionales independientes (CNE y TSJ) confirmando los resultados, dijeron que no lo reconocerían de toda manera.
Payasos que hablan de que la defensa de la democracia tiene mayor prioridad y valor que la defensa de la soberanía nacional. Aquí radica el terreno público de la distancia entre los países del ALBA y los demás.
La idea de que la democracia tiene una supremacía prevalente sobre la soberanía es, cuando menos, cuestionable. En primer lugar, porque cuando se habla de democracia hay que entender a qué tipo y modelo se habla; en segundo lugar, porque imaginar una democracia independiente de la soberanía nacional es proponer un modelo exógeno, impuesto desde fuera, por lo tanto ajeno al pueblo que de la democracia es trasmisor y receptor.
Todos sabemos que la idea de democracia de exportación (con modelo neoliberal adjunto) es la democracia dirigida por Estados Unidos. Es decir, esa idea de democracia que de premisa a conclusión repudia la concepción de la democracia desde Atenas hasta nuestros días.
Es un tema de una sola vía: la democracia se basa en la libertad de empresa y en la soberanía de los mercados sobre ella; Occidente es el portador sano de la democracia y representa sus direcciones estratégicas; Estados Unidos es la representación y el liderazgo de Occidente. En consecuencia, la democracia permitida es la estadounidense.
Tal esquema ya sería en principio defectuoso en cualquier parte del mundo, pero si bien en algunas áreas como Europa podría encontrar una asignación parcial, resulta increíble en un área del mundo como América Latina, que ha sido el principal blanco de la hegemonía violenta de Estados Unidos desde la Doctrina Monroe (1823) y que ha pagado el desarrollo norteamericano con su subdesarrollo y el papel de superpotencia de Estados Unidos con su impotencia.
Es evidente cómo la subcultura entreguista, que asigna a América Latina el único destino de crecimiento al posicionarla en la recolección de las migajas que caen de la mesa anglosajona, se presenta hoy con caracteres similares a los vistos durante las décadas del horror con las dictaduras militares instauradas a principios de los años setenta y que duraron hasta principios de los ochenta.
Dejaron de funcionar cuando se convirtieron en un aliado incómodo e impresentable para EEUU, imposible de apoyar mientras se afianzaba la teoría de los derechos humanos y la injerencia humanitaria como concepción ideológica del imperio unipolar.
La diferencia entre aquel modelo de dominación y el de hoy, que mantiene juntos el control de los mercados y la presencia militar, es que el actual está calibrado para los desafíos de este milenio. Que son, en primer lugar, la confrontación con China y Rusia, que en América Latina protagonizan inversiones y acuerdos de cooperación que aterrorizan a Washington.
En el caso específico de las elecciones venezolanas, el triángulo de gran interés para EEUU (Brasil, Argentina, Chile) respondió en unidad, aunque con acentos y tonos diferentes, alineándose con Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Costa Rica y Guatemala.
La hipocresía de este bloque que desempeña el papel de administrador de las reivindicaciones estadounidenses pinta claramente, sin matices, su identidad política que parece poder asemejarlo al antiguo Grupo de Lima.
De hecho, se avienen, como es lógico, a la costumbre de la extrema derecha continental, que prevé el reconocimiento del resultado electoral sólo si y cuando sus candidatos se impongan, como lo hicieron Trump en 2021, Bolsonaro en 2022, Milei en 2023 y ahora Machado en 2024, cuyo candidato oficial, el criminal asesino Edmundo Gonzales, no es otro que su ventrílocuo.
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Venezuela, apoyada por Nicaragua, Cuba, Bolivia y Honduras, continuará en el reposicionamiento de alianzas y diferencias en el marco continental. El desafío para un continente diferente, finalmente en posesión de su riqueza y soberanía, está abierto.
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La historia del continente habla por sí sola. Hay y siempre habrá quienes prefieran abdicar en beneficio de potencias extranjeras, pero ello no impedirá la constante conquista de espacios a favor de los libertadores latinoamericanos. Como es bien sabido, aunque ambas especies vuelan, las águilas no se parecen en nada a los buitres.